lunes, 27 de abril de 2015

Los nuevos ‘inquisidores’ acechan en la red

La humillación pública se ha convertido en un deporte de masas gracias a las redes sociales. Un salvaje ciclo de linchamiento y lucro desliza hasta el infierno a víctimas anónimas en cuestión de minutos, pero las consecuencias dejarán marcas para siempre en internet


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El 19 de agosto de 2014, una joven periodista y escritora se decidió a publicar en Twitter sus impresiones sobre el machismo vigente en la sociedad española y empezó a enumerar situaciones de su "día a día" que le parecían sexistas. Arrancó: "He ido a la biblioteca a estudiar como todas las mañanas y el chico de enfrente me ha dicho que si quería tomar un café". La shitstorm ("tormenta de mierda", como la denominan los expertos) que provocó es de las más agobiantes que se recuerdan. "Eres demasiado fea para invitarte a café", "Menos biblioteca y más médicos para tratar tu retraso", "Tranquila, a ti nadie te va a violar", "Invitarte a un café no lo sé, pero tirarte cacahuetes seguro", "¿Cómo se conocieron tus padres? La única hipótesis que barajo es que sean hermanos"... Son solo algunos de los ejemplos menos ofensivos de entre las barbaridades que le dijeron durante los siguientes días: millares de tuits, algunos con imágenes desagradables y de sexo explícito. Ella borró su publicación pasados unos días, pero en su lugar seguiría circulando el pantallazo de sus palabras, para poder mantener la orgía de chascarrillos aunque ella no quisiera permanecer en el ojo de ese huracán.
Cuando la jauría digital se desata, es imposible frenarla y la sentencia te acompaña para siempre
Al margen de si su percepción era exagerada o no, se desató una violencia verbal contra esta joven que todavía no se ha diluido. Ella ya no quiere ni hablar del tema. Aquel tuit significó convertirse en el pimpampum de los más cutres y pertinaces machistas de la Red; días, semanas y meses de chistes sexistas. No es casual que estos linchamientos tengan un sesgo claramente machista: aunque las mujeres representaban el 53% de los usuarios de Twitter a comienzos de 2013, estudios posteriores muestran un declive de esa proporción en favor de los hombres, quizá porque el ecosistema de internet sigue rezumando demasiada testosterona. El 72,5% de los casos de ciberacoso los sufren mujeres, según la organización Trabajando para Detener el Abuso Online (WHOA, por sus siglas en inglés). Las periodistas reciben el triple de mensajes abusivos que sus colegas hombres, según Demos, y hasta la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) se mostró "alarmada" en febrero por el creciente número de amenazas hacia mujeres periodistas en entornos digitales. Como explicaba recientemente un artículo en elWashington Post, son muchas las voces feministas que están dando un paso atrás en internet para huir del clima irrespirable. La mayor shitstorm de la historia probablemente sea el Gamergate, que estalló también en agosto pasado, en el que los hombres de la comunidad de videojuegos cargaron salvajemente contra las mujeres que criticaban el sexismo del sector.
Cuando Twitter empezó a tener éxito en España, comenzaron a darse razias en las que el traspiés de un famoso congregaba a una multitud que se abalanzaba sobre él y, tras disfrutar de un rato de vapuleo entre chanzas, insultos y hashtags, la manada se disolvía tan fugazmente como había caído sobre la presa. Un caso de libro fue cuando David Bisbal escribió durante la Primavera Árabe: "Nunca se han visto las pirámides de Egipto tan poco transitadas, ojalá que pronto se acabe la revuelta". El cachondeo que desató todavía resuena en los confines de la galaxia internetera. Esos mismos días, unos tuits parodiando el antisemitismo dejarían al director de cine Nacho Vigalondo sin su blog en este periódico. Los medios empezaron a colocar entre las noticias más vistas estos tropezones que incendiaban las redes sociales, generando un ciclo de retroalimentación con los usuarios. Pero de un tiempo a esta parte el fenómeno se está haciendo cada vez más indiscriminado: no importa que seas un político, un personaje popular o un don nadie. No estamos dispuestos a tolerar un desliz; ni siquiera se tolera el arrepentimiento. Hacemos un pantallazo de todo para que no puedas esconder tu error borrándolo, aunque este gesto equivalga a reconocer de forma bastante explícita la equivocación.
¿Cómo se hace dinero? Clics. Estamos en un ciclo alarmante y alguien gana dinero con el sufrimiento de otras personas”, dice Monica Lewinsky
Es algo que está pasando en todo el mundo y quizá el ejemplo más paradigmático sea el que sufrió Justine Sacco. Su vida descarriló para siempre por culpa de un tuit estúpido, un mal chiste fuera de lugar que provocó una de las mayores escenas de linchamiento digital que se recuerdan. En apenas unas horas, esta joven relaciones públicas con una exitosa carrera en Nueva York pasó del más apacible de los anonimatos al estrés postraumático, a noches de pesadillas y porqués. Solo fueron 65 caracteres, no hizo falta usar los 140 que permite Twitter. Sacco publicó estas palabras justo antes de embarcar hacia Sudáfrica para pasar la Navidad junto a su familia: "De camino a África. Espero no coger el sida. Es broma. ¡Si soy blanca!". Era el último tuit de una ristra de chascarrillos malos y poco correctos. Durante media hora, hasta que apagó su móvil dentro del avión, estuvo refrescando su pantalla pero nadie hizo ni caso. Tampoco le extrañó que su tuit pasara tan desapercibido como los anteriores; solo tenía 170 seguidores, garantía de escaso impacto. Por lo general, un tuit que no ha recibido ninguna interacción en ese tiempo, caerá en el pozo del olvido para siempre.
No fue así. Nada más aterrizar, al encender el móvil, tenía un mensaje de alguien a quien no veía desde el colegio: "Siento muchísimo ver lo que está pasando". El tuit no sólo no había pasado desapercibido sino que se convirtió en la diana de cientos de miles de mensajes indignados por el racismo que destilaba. El asunto fue el más comentado en esta red social durante horas y su autora fue de inmediato juzgada, condenada y sentenciada mientras dormía una siesta a 10.000 metros de altura: Sacco era una "pija blanca racista que se burlaba del sufrimiento en África". Numerosos tuits pedían su muerte, le deseaban violaciones que le contagiaran el sida y exigían que su empresa la despidiera. Este último objetivo se cumplió de inmediato, después de que todas las cabeceras informativas contaran cómo las redes sociales habían descubierto el racismo de la relaciones públicas de una importante compañía editorial. Todo esto pasó durante las 11 horas del vuelo de Sacco, sin que la joven pudiera explicarse o disculparse, borrar su tuit o eliminar sus perfiles de otras redes sociales que fueron convenientemente destripados por la jauría. Nadie se puso de su parte, nadie publicó que quizá se estaba exagerando. El fenómeno fue tal que incluso hubo quien se acercó al aeropuerto de Ciudad del Cabo para fotografiar el momento en que Sacco llegaba, para informar al mundo.
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"Y entonces mi teléfono empezó a explotar", recuerda la propia Sacco en el libro que el periodista Jon Ronson acaba de publicar (So you've been publicly shamed, Pilcador) y que es el resultado de tres años dedicados a descubrir lo que queda de las personas que, como Sacco, han pasado por este terrible proceso de deshonra y vejación, una especie de lapidación en la plaza pública global que deja cicatrices en forma de resultados en Google. Sacco le explica a Ronson que su tuit solo pretendía parodiar esa mentalidad tan de estadounidense blanco que cree vivir en una burbuja que le protege. Pero ya da igual. Una vez la jauría digital se desata es imposible frenarla y la sentencia te acompaña para siempre: cada vez que alguien te busque en internet, tu imagen devolverá ese retrato deforme y monstruoso creado con retales de titulares sensacionalistas, frases sacadas de contexto y fotos de tu pasado rescatadas para humillarte.
"Justine Sacco es la primera persona que entrevistaba que había sido destruida por nosotros", escribe Ronson. También se puso en contacto con Lindsey Stone, una joven que compartía con una compañera una afición bobalicona: fotografiarse desafiando carteles. Fumando delante de carteles de "Prohibido fumar", por ejemplo. Hasta que en un viaje de trabajo fueron a visitar al célebre cementerio de Arlington, en Washington DC, en el que descansan los caídos por EE UU. Allí, junto a un cartel que pedía "Silencio y Respeto", Stone se fotografió haciendo una peineta con el dedo y fingiendo gritar. Y su amiga la subió a su muro de Facebook. Un amigo veterano de guerra les dijo que la foto era desagradable, pero Lindsey le explicó que se trataba de un chiste habitual y que no pretendía ser ofensiva. La foto cayó en el olvido hasta que, cuatro semanas después, comenzó a recorrer foros y redes a lomos de la indignación de los más patriotas. De nuevo, amenazas de muerte y de violación, a las que se sumaron los insultos vejatorios por su sobrepeso. Y de nuevo, un deseo cumplido de inmediato: que la joven perdiera su trabajo. El buzón de Life, la ONG para cuidar adultos con discapacidad intelectual en la que trabajaba Lindsey Stone, se inundó de rabia contra su empleada. "Literalmente, de la noche a la mañana perdí todo lo que conocía y amaba", explicaba tiempo después la joven, que pasó un año sin salir de casa, sumida en una depresión, con noches truncadas por pesadillas.
Para leer más:
http://elpais.com/elpais/2015/04/23/ciencia/1429788932_491782.html

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