lunes, 8 de diciembre de 2014

Una isla con el agua al cuello


Una casa rodeada por mar en Tangier, EEUU.
Una casa rodeada por mar en Tangier, EEUU. 


La lápida de Margaret Pruitt está semienterrada por las piedras y la arena de la playa. Aunque erosionado por el mar, su epitafio es aún legible bajo el sol de la mañana de otoño: «En el silencioso cementerio bajo la hierba y el rocío / Nunca olvidada ni un momento / En nuestra tristeza pensamos en ti». Debajo, la fecha de nacimiento de Pruitt, el 2 de abril de 1836, y la de su muerte, el 2 de diciembre de 1901. A un par de metros, y como a un palmo de profundidad, hay otra lápida: «En memoria de nuestra querida Polly J. Parks. Nacida el 19 de octubre de 1876. Fallecida el 1 de diciembre de 1913».
En la isla de Tangier, a 150 kilómetros exactos en línea recta de Washington, el mar no trae tesoros o sirenas, sino lápidas. Son lápidas de la propia isla, arrancadas de sus cementerios a medida que el nivel de la Bahía de Chesapeake -un brazo de mar tan grande como Andalucía y Extremadura juntas- sube por la acción del cambio climático. Dos de los tres pueblos que formaban Tangier han sido tragados por el mar, y el cuarto y sus 470 habitantes se apiñan en unas docenas de casas dispersas por las 33 hectáreas de la isla que aún son habitables, y que aún así son inundadas por las mareas altas, una o dos veces al mes.
Tangier, con sus miles de aves acuáticas, millones de cangrejos y -en verano- billones de mosquitos capaces de atravesar un vaquero de un picotazo, es el frente de batalla del cambio climático. A Tangier le quedan unos 70 años de existencia, más o menos lo mismo que a países como Maldivas, en el Océano Indico, o Kiribati, en el Pacífico.
El agua pasa sobre uno de los puentes de la isla. 
Las lápidas de Pruitt y Parks están en el extremo norte de Tangier, en una playa salvaje en la que termina una de tantas marismas que forman lo que es la isla. Hasta los años 60, aquí empezaba un bosque que se adentraba en lo que ahora ya es mar. Hoy no queda ni un árbol. Para que las águilas pescadoras nidifiquen, han tenido que poner un poste de madera con una plataforma. Es uno de tantos problemas causados por la subida del mar. «Las aves cada año tienen más problemas para hacer sus nidos en la Bahía, porque el mar se va tragando las marismas», explica, por teléfono, el hidrólogo Jack Eggleston, del Servicio Geológico del Departamento del Interior de Estados Unidos y experto en la subida del mar en la región.
Junto al poste, con su nido vacío, están las tumbas, a la sombra de una casa prefabricada metálica e inclinada que se balancea justo en la línea de marea. Es todo lo que queda de un refugio que usaban los cazadores que iban al bosque, que hoy es un cementerio marino. Es el inicio del otoño, y una docena de mariposas monarca cruza la playa volando en fila india en su migración de 3.500 kilómetros de Canadá hasta México.
El verano pasado, un turista llegó al pueblo de Tangier, donde viven los últimos habitantes, con lo que pensaba que era el cuerno de un ciervo que había encontrado en la playa. Pero allí los animales más grandes son los gatos asilvestrados y las nutrias. No era un cuerno de ciervo, era una costilla de un ser humano.
«En Tangier nos estamos quedando sin tierra para los vivos y para los muertos», dice James Eskridge, alias Ooker (léase úuker, un mote que recibió de niño por imitar el canto de los gallos). Lo dice sin melancolía, con el acento de Tangier, que convierte a esta isla en un paraíso para los lingüistas, ya que se habla una variante del inglés que no existe en ningún otro lugar del mundo.
También lo dice con cierta autoridad. Porque Eskridge -piel tostada por el trabajo en el mar, bigote, gorra con un pin con las banderas entrecruzadas de EEUU e Israel y camisa azul de cuadros sobre un cuerpo grande, forjado en el trabajo de pescador y mariscador- es, desde hace casi una década, el alcalde de Tangier. En ese tiempo, la isla ha perdido el 21% de su población y alrededor de 40 hectáreas de su superficie.
En Tangier los cementerios están entre las casas. Eskridge hace su reflexión frente a un camposanto formado por unas 20 tumbas con la disposición clásica de los cementerios en EEUU: pequeños túmulos que se alzan sobre el césped y lápidas cuyo color gris destaca sobre el verde de la hierba, ocupando un espacio menor que una cancha de baloncesto.
Una lápida en el agua. 
Detrás del cementerio está la torre de agua. Es una estructura de seis patas de metal azul de unos 15 metros de alto, con un depósito circular sobre ellas. Desde el cementerio, en el lado Este de la isla, se ve dibujado en ella un cangrejo. Desde la casa de Eskridge, en el Oeste, se ve una cruz.
La cruz y el cangrejo son los dos símbolos de Tangier. Cruz y cangrejo, naturaleza y ser humano, llevan luchando aquí desde que en 1608, el capitán John Smith -el mismo que llevó a Pocahontas a Gran Bretaña- llegó desde la vecina Jamestown, la primera colonia británica en EEUU y en el mundo. Ahora, esa guerra de cuatro siglos se aproxima a su fin. En unas décadas, lo único que quedará visible de Tangier será esa torre del agua, con su cangrejo y su cruz.
Cerca de Tangier, en la zona que rodea a la mayor base naval del mundo, Norfolk, el nivel del mar crece entre 3,2 y 4,7 milímetros anuales, según el estudio Subsidencia y subida del nivel del agua en la Región Sur de la Bahía de Chesapeake, dirigido por Eggleston. Esas cifras suenan infinitesimales. Pero 4,7 milímetros anuales en un siglo es casi medio metro. Y en Tangier, el punto más elevado está a 1,22 metros: es uno de los siete puentecitos que cruzan los brazos de mar que cada día penetran un poco más en la isla y que la convierten en una Venecia rural con aire colonial que parece explotar de coquetería en su agonía.
En la zona estudiada por Eggleston, gran parte de la subida del agua es, en realidad, hundimiento del terreno o, en términos científicos, subsidencia, debido a la extracción de agua subterránea. Pero en Tangier el peligro radica en la subida del mar. «En esta zona de la Bahía en particular, la subsidencia no es tan grande como en las áreas costeras, porque en la islas apenas hay extracción de agua», explica Eggleston.
Paradójicamente, en Tangier no hay sistemas de medición del nivel del mar. Y es que no creen en el cambio climático. «Yo pienso que el mar no está subiendo. Lo que necesitamos es que nos dejen pescar más cangrejos y un remedio contra la subsidencia», dice el alcalde Eskridge. Ooker demanda «un muro que nos proteja del mar, como el que ya existe en la parte Oeste de la isla».
Un banco cubierto por el agua en un antiguo parque de Tangier. 
La tesis de Eskridge coincide con la de sus vecinos y votantes en este pequeño Macondo estadounidense en el que los móviles no tiene cobertura, pero en cuyo aeropuerto aterrizan, según los vecinos, helicópteros sin insignias ni identificación que no hacen ruido al volar -como los que se usaron para matar a Bin Laden- y que está situada frente a la base de la NASA de Wallops, desde la que se lanzan más naves espaciales que desde Cabo Cañaveral.
En esta cultura, el cambio climático no existe. «Cuando la Unión Soviética se desintegró, las estaciones meteorológicas de Siberia empezaron a dejar de funcionar poco a poco. Pero los rusos no dijeron nada, y cada año enviaban a los organismos internacionales datos que indicaban una subida de la temperatura en su país. En realidad, no es que las temperaturas subieran, sino que ellos no medían las temperaturas en Siberia. Los casquetes polares nunca han sido tan grandes como ahora», sostiene Jim, otro vecino de edad similar a los 56 años de Eskridge, a las puertas de su casa. Tras él está un espectacular rosal de más de 100 años al que el mar inunda una o dos veces al mes. Enfrente, uno de los canales de la marisma, cruzado por patos y garzas. Al fondo, el depósito de agua.
No solo la cruz es importante en Tangier. También la Estrella de David. Muchas de las casas de la isla tienen en el porche las banderas de EEUU e Israel. Eskridge ha pintado en su bote una Estrella de David -que también tiene tatuada en el brazo- y una silueta de un pez como las que hay en los altares de las iglesias.
Sin embargo, el cangrejo va a imponerse a la cruz. El mar ha dejado a la isla sin árboles. La mayor parte del paisaje es una gran pradera acuática solo accesible en bote. Otros dos islotes vecinos que estuvieron conectados a ella hasta la década de los 40 están hoy separados por cientos de metros de mar. En este tiempo, Tangier ha perdido la mitad de su superficie. Y el proceso se acelera.
La agricultura dejó de practicarse hace 60 años. Algunos vecinos tienen huertos de no más de cuatro metros cuadrados, sobre pequeños promontorios que han construido acumulando tierra y que protegen con tablas de madera para que el mar no se los lleve como a las tumbas. La única actividad posible hoy es la pesca y el marisqueo, llevadas a cabo por gente como Eskridge: los watermen (hombres del agua).
Todo eso está condenado a desaparecer. Incluso aunque las autoridades hicieran algo, su destino parece que será el del vecino islote de Holland, que desapareció hace cuatro años, en este caso más por la erosión que por la subida del mar.
En Holland, el pastor protestante Stephen White trató, en una epopeya propia de una película de Werner Herzog, de mantener en pie una casa en medio del mar hasta que éste acabó llevándosela. White, que era también un waterman, se lanzó a su empresa quijotesca un día que encontró una tumba a punto de ser llevada por las aguas. Era de una niña llamada Effie Wilson que había muerto en 1893, a los 12 años. Su epitafio empezaba diciendo: «No me olvidéis, es todo lo que os pido».

Ricardo III reta a la corona británica 529 años después de muerto


El hallazgo de una ruptura en la línea masculina de sucesión plantea "interesantes conjeturas" sobre la legitimidad de la línea sucesoria, hasta la propia Isabel II



Ricardo III, retratado en el imaginario colectivo como un odioso déspota por William Shakespeare, no parece dispuesto a dar tregua a su país ni siquiera 529 años después de muerto. Un estudio publicado en la revista Nature Communications esta semana confirma “al 99,999%” que los huesos encontrados hace dos años, enterrados bajo el aparcamiento de un edificio municipal de Leicester, son los del último rey inglés muerto en combate. Se cierra así la investigación forense más antigua de Reino Unido. Pero el cierre lleva una pequeña bomba de regalo: el hallazgo de una ruptura en la línea masculina de sucesión que, según el profesor de Historia de la Universidad de Leicester Kevin Schurer, codirector de la investigación, “plantea interesantes conjeturas sobre la legitimidad de la sucesión” hasta la propia Isabel II.
Ricardo III ascendió al trono en 1483, tras la muerte de su hermano Eduardo VI. En solo dos años de reinado, puso patas arriba a su país. En la versión de Shakespeare, llegó a matar a sus sobrinos para poder reinar, aunque la historia solo certifica que desaparecieron. Mató a diestro y siniestro para conservar el poder, hasta que una rebelión lo tumbó a los 32 años en la batalla de Bosworth en 1485. Su muerte, luchando sin casco y a pie –“¡Mi reino por un caballo!”, clama el personaje de Shakespeare-, marcó el fin de la dinastía Plantagenet y el principio de los Tudor, con quienes la actual reina tiene lazos de sangre.
Desde que en 2012 se encontró un conjunto de huesos bajo un aparcamiento en el centro de Leicester, en lo que en su día fue la iglesia de Greyfriars, donde cuentan las crónicas que se enterró sin mucha pompa al último rey de York, un equipo internacional liderado por la Universidad local ha estado realizando exámenes genéticos para tratar de confirmar la presunción inicial de que se trataba de los restos del monarca.
Ricardo III murió sin descendencia que le sobreviviera, por lo que la investigación genealógica tuvo que ir hacia atrás en el tiempo antes de descender a sus parientes vivos. Muestras de ADN de sus huesos se cotejaron con las de donantes vivos, familiares del actual duque de Beaufort, descendiente de los Plantagenet y de los Tudor.
Cuando investigaron la línea paterna  descubrieron algo inesperado: el ADN no se correspondía con el de sus parientes vivos
La investigación de los genes mitocondriales, heredados por vía materna, demostró de manera concluyente que se trataba de Ricardo III. Pero cuando investigaron la línea paterna (cromosomas Y) descubrieron algo inesperado: el ADN no se correspondía con el de sus parientes vivos. Lo cual revelaba que en algún punto de la historia una relación adúltera había roto la cadena de sucesión. Es decir, alguien fue hijo ilegítimo sin saberlo.
Resulta casi imposible determinar en cuál de los 19 eslabones de la cadena de sucesión investigada se produjo el adulterio. Pero si el hijo ilegítimo fuera Juan de Gante (vástago de Eduardo III) o su hijo Enrique IV, eso podría afectar de rebote a los derechos sucesorios de los Windsor, parientes de los Tudor. Además de que podría haber tenido, de haberse conocido en su tiempo, importantes consecuencias en el destino de Inglaterra: sin su reivindicación dinástica, a Enrique VII le habría costado reclutar un ejército para derrotar al propio Ricardo III en la batalla de Bosworth.
“Si Juan de Gante no fuera realmente hijo de Eduardo III, Enrique IV no habría tenido derecho a reclamar el trono, y tampoco Enrique V, Enrique VI, ni, indirectamente, los Tudor”, explicaba Kevin Schürer, profesor de la universidad de Leicester. “Pero estadísticamente es más probable que la ruptura se produjera en la parte más baja de la cadena”. En cualquier caso, tratar de comprobar dónde se produjo la ruptura requeriría exhumar algún que otro cadáver, lo cual no parece probable que vaya a suceder.
Resulta casi imposible determinar en cuál de los 19 eslabones de la cadena de sucesión investigada se produjo el adulterio
La investigación ha arrojado otras conclusiones no menos inesperadas. Que el rey no era jorobado, como lo retrató Shakespeare, sino que padecía escoliosis es algo que se vio fácilmente al reconstruir la columna en tres dimensiones con las vértebras halladas. De hecho, no parece que fuera “tan tullido y desfigurado” que hasta los perros le ladraban, como decía el bardo de Avon, sino más bien apuesto. Los nueve rotos en el cráneo indican, por otro lado, que no convenía perder el casco en plena batalla medieval, como le debió de suceder a él. Y los análisis genéticos parecen indicar, al contrario de lo que se creía, que el rey era rubio y de ojos azules (o tenía predisposición en sus genes para ello). Así que tal vez Al Pacino, que documentó su obsesión por meterse en el personaje shakespeariano en Looking for Richard(1996), no era realmente el actor más apropiado. Al menos, genéticamente.
Lo que sí parece claro es que sus restos descansarán para siempre en la catedral de Leicester, después de que el Tribunal Supremo británico desestimase, el pasado mes de mayo, las pretensiones de unos supuestos descendientes, agrupados en la llamada Alianza Plantegenet, de que sus restos fueran trasladados a York, donde vivió más tiempo. Se cerraba así la penúltima batalla de Ricardo III.

El azúcar que toman los padres puede hacer obesos a sus descendientes


Un estudio realizado en moscas de la fruta apoya la hipótesis de que los hábitos de un individuo durane su vida pueden afectar a la salud de las generaciones posteriores


Un hombre obeso, en una centrica calle de Londres. 

Concebir entre científicos incluye quebraderos de cabeza adicionales. Cuenta medio en broma la investigadora Tanya Vavouri, ahora embarazada, que cuando decidió tratar de tener un hijo, le advertía a su pareja de que no tomase demasiado alcohol y tratase de comer sano. Vavouri, que lidera el grupo de regulación genómica del Instituto de Medicina Predictiva y Personalizada del Cáncer en Barcelona, es una de las autoras de un estudio que puede acabar ampliando a los futuros padres las restricciones saludables que por ahora solo aplican a las embarazadas.
En un artículo publicado en la revista Cell esta semana se muestra que incrementar el azúcar en la dieta de moscas de la fruta macho uno o dos días antes de la cópula puede provocar obesidad a las crías producidas en ese acto sexual. El equipo de científicos, liderado desde el Instituto Max Planck de Inmunobiología y Epigenética en Alemania, muestra que este exceso de azúcar cambia la expresión genética del embrión haciéndole más propensos al engorde. Normalmente, la influencia se había observado a través de la alimentación o los hábitos de las hembras, pero no de los machos, de ahí parte del interés de este estudio.
La clave de estos cambios se encontraría en los mecanismos epigenéticos, que modifican la actividad de los genes sin cambiar la secuencia heredada de los padres. “Para decirlo en términos de computación, si nuestros genes son el hardware, nuestra epigenética es el software que decide cómo se emplea ese hardware”, ha explicado en un comunicado Anita Öst, investigadora de la Universidad de Linköping que participó en el estudio. “Parece que la dieta del padre reprograma el software epigenético de manera que los genes implicados en la producción de grasa de sus hijos se encienden”, ha añadido.
Los hijos de mujeres que pasaron hambre durante la guerra tenían más riesgo de obesidad 
Vavouri reconoce que los efectos de estos mecanismos epigenéticos en las generaciones posteriores son muy suaves y aún no se entienden demasiado bien. Sin embargo, los resultados tienen similitudes con otras observaciones realizadas en algunos estudios con humanos que sugieren que los hábitos o las vivencias de una persona pueden transmitirse no solo a los hijos sino incluso a los nietos.
Un estudio sueco, por ejemplo, mostró que un exceso de comida en la dieta de un hombre durante su infancia estaba relacionado con la mortalidad por diabetes de sus nietos y en una línea similar, se ha encontrado una relación entre la hambruna sufrida por mujeres durante la segunda guerra mundial y un mayor riesgo de obesidad en las dos generaciones posteriores. Otro artículo más reciente, apuntaba también a que los hijos de hombres que fumaban antes de la adolescencia tenían un mayor riesgo de obesidad.
La dificultad para realizar grandes estudios controlados en humanos, requiere el uso de modelos animales como las moscas utilizadas en el estudio publicado en Cell o ratones, otra especie en la que estudian los efectos de la alimentación o los vicios de los progenitores sobre la salud de las crías. Aunque los resultados obtenidos en animales se deban tomar con cautela a la hora de sacar conclusiones sobre el funcionamiento de los humanos, los autores del trabajo han encontrado pruebas de que el mecanismo que regula la susceptibilidad a la obesidad en moscas tiene una versión similar en ratones y humanos.
Otro de los misterios que aún quedan por resolver en este campo incipiente es el motivo por el que tanto el exceso de comida como su falta incrementa el riesgo de obesidad en las generaciones posteriores. En el segundo caso, parece que los cambios hacia una mayor propensión a la obesidad pueden tener sentido como forma de adaptación a lo que el organismo interpretaría como una etapa de falta de alimentos que también le podría afectar, pero esa interpretación no serviría en el primer caso.
El mecanismo que regula la obesidad en moscas tiene una versión similar en humanos
Si estos hallazgos se confirmasen y se pudieran aplicar también a humanos, incrementaría el peso de la responsabilidad de los padres sobre sus hijos e incluso sus nietos. Pero igual que lo que se hace durante un periodo de la vida anterior a la fecundación puede malograr una buena genética para las crías, los hallazgos sobre epigenética sugieren que nada tiene por qué ser del todo definitivo. Un cambio en los hábitos individuales podría compensar con modificaciones positivas en el software epigenético los rasgos negativos heredados. Ciencia contra el fatalismo.

El misterio de las 12.000 cartas perdidas de Ramón y Cajal


La edición del epistolario del Nobel revela el expolio que sufrió su patrimonio

Cajal demostró que la mente humana estaba hecha del mismo material con que construyen los hígados de los ratones, las pieles de los abrigos y las sociedades de bacterias: de células individuales y autónomas, las neuronas.

Borrador de la carta enviada por Cajal pidiendo la liberación del científico italiano Giuseppe Levi, en 1934. 
Cuando Juan Antonio Fernández Santarén se planteó la tarea monumental de editar el epistolario de Santiago Ramón y Cajal, su mayor perplejidad era que, a casi 80 años de la muerte del Nobel, nadie hubiera tenido antes esa iniciativa, y que el material ni siquiera se hubiera inventariado hasta 2008. Mal podía imaginar lo que se le venía encima: una historia truculenta de expolio, negligencia y desidia que ha destruido un patrimonio histórico esencial, el legado del científico español más importante de todos los tiempos. Santarén ha logrado rescatar 3.510 cartas enviadas o recibidas por Cajal, pero estima que faltan otras 12.000, incluidas seguramente las más valiosas. ¿Dónde están? He aquí el misterio de las 12.000 cartas. Agárrense.
“Es evidente que parte de las cartas se han vendido”, dice Santarén, biólogo molecular, profesor de la Universidad Autónoma de Madrid y editor del Epistolario de Cajal recién publicado por La esfera de los libros. “Pero, de manera paradójica, es gracias a eso que se han conservado muchas de ellas, porque en el Instituto Cajal del CSIC, que es el depositario de los archivos que contenían el epistolario completo, quedan hoy muy pocas cartas”. Para ser exactos, 1.301 de las 15.000 que debió de haber en su día. Del año 1906, en el que Cajal ganó el Nobel, sólo quedan seis misivas.
La mayor parte de las cartas que se conservan, de hecho, no están donde deberían, sino en la Biblioteca Nacional de Madrid. ¿Cómo llegaron allí? Santarén lo averiguó en un brillante trabajo detectivesco. Las cartas fueron sustraídas del Instituto Cajal del CSIC en 1976 y ofrecidas a una librería de viejo del centro de Madrid, la de Luis Bardón en la plaza de San Martín.
Santarén ha logrado rescatar 3.510 cartas enviadas o recibidas por Cajal, pero estima que faltan otras 12.000
Bardón no dudó en comprarlas, como parece lógico, pero tuvo el atino de ofrecérselas a la Biblioteca Nacional, que las adquirió el 14 de diciembre de ese año. Esta institución no se molestó en denunciar unos hechos tan extraños, pero al menos ha conservado el material en perfecto estado. No puede decirse lo mismo de su depositario legal, que es el Instituto Cajal del CSIC.
El CSIC está históricamente adscrito al Ministerio de Ciencia –o a la secretaría de Estado que ocupe su lugar en los tiempos de recortes—, y la Biblioteca Nacional es parte esencial del Ministerio de Cultura. “Salvando las distancias”, dice con sorna Santarén, “¿alguien entendería que robaran Las Meninas del Museo del Prado y se las vendieran al Reina Sofía?”. Pues eso es lo que ha pasado con las cartas de Cajal, sin que nadie haya pestañeado, no hablemos ya de asumir responsabilidades. Ni de devolver el dinero.
Cajal jugando al ajedrez con Federico Olóriz en Miraflores de la Sierra (verano de 1898).
La fama de Cajal no es un fenómeno local. Cajal no solo es famoso en España por ser el primer –y casi el único— premio Nobel de la ciencia española. Si hay gente acostumbrada a recibir un premio Nobel detrás de otro, esos son los científicos estadounidenses, y es muy difícil encontrar un libro escrito por ellos donde no se cite a Cajal como un fundador de la neurociencia moderna.
¿Creen que el cerebro es un misterio? No lo es tanto. Antes de Cajal sí que era un misterio: una masa amorfa anegada de fluidos por los que de algún modo fluía el espíritu informe y contingente como un gas acoplado a la divinidad. Cajal devolvió la neurología al planeta Tierra, al mostrar –junto al italiano Camilo Golgi— que la mente humana estaba hecha del mismo material con que construyen los hígados de los ratones, las pieles de los abrigos y las sociedades de bacterias: de células individuales y autónomas, las neuronas, que de algún modo consiguen organizarse para generar la consciencia humana. El alma explicada.
Las cartas fueron sustraídas del Instituto Cajal del CSIC en 1976 y ofrecidas a una librería de viejo del centro de Madrid
Cajal obtuvo el Nobel en 1906, se convirtió enseguida en una celebridad mundial –al menos entre los científicos— y mantuvo, lógicamente, una actividad científica y una producción postal muy intensas en las décadas siguientes, comunicándose permanentemente con los histólogos preeminentes de su tiempo, y con científicos de otras áreas como Lorentz, que en la época también se carteaba con Einstein, impulsando el desarrollo de la relatividad y la cosmología moderna.
Cajal también se escribía con Rafael Lorente de No, uno de sus discípulos (imagen inferior), y su epistolario no solo habla de ciencia: en 1934 escribió a Justo Gómez Ocerín, embajador de España en el Vaticano, para que interviniese a favor de un colega italiano, Giuseppe Levi, que entonces tenía muchos problemas por su origen judío y porque un hijo suyo había sido acusado de difundir propaganda socialista. "Sería una desgracia para la ciencia italiana", dice la carta (imagen superior), "el que, por una equivocación o por sospechas inconsistentes, fuera desterrado dicho sabio de su patria, cortando bruscamente una gloriosa carrera científica. ¿No podría usted hacer algo a favor de doctor Levi, cargado de años y de laureles y sin otras aspiraciones que seguir trabajando por el enaltecimiento de la ciencia italiana?" Su intervención tuvo éxito: poco después, el científico italiano era liberado.
Última carta escrita por Cajal a Rafael Lorente de No el 15 de octubre de 1934, dos días antes de fallecer.
Son hechos de un siglo de edad, y todos sabemos que el tiempo es una enfermedad que lo deteriora todo. Pero el mejor aliado del tiempo es la codicia, y el daño irreparable al legado de Cajal va más bien por este lado que por el del destino inevitable. Que el 75% de las cartas del genio se hayan perdido, o deslocalizado, es ya un hecho grave, pero el diablo mora en los detalles. Es fácil deducir –al menos para un buen científico como Santarén— que las cartas que quedan en los archivos son las menos interesantes, o las de menor valor comercial, para expresarlo mejor. Santarén tiene muchas evidencias de que las cartas ausentes han sido “seleccionadas” por su presunto valor pecuniario. Son pruebas sólidas para un científico, aunque quizá no para un juez. La justicia no ha evolucionado aún lo suficiente.
Aunque Santarén ha pasado cuatro años inmerso –o empantanado— en el inventario epistolar de Cajal, la situación con el resto del legado del histólogo es muy probablemente la misma, por decir lo menos. Las placas fotográficas y los dibujos originales de Cajal –algunos obras maestras de la ciencia y el arte— han pasado décadaspreservados en cartones de galletas y cajas de Cinzano, con unos resultados francamente modestos. Las placas están rotas y se han perdido fragmentos. Tienen cinta de celo pegada en lugares inoportunos. Se han oxidado o reducido con la consiguiente pérdida de definición y color. Se han cubierto de barro y arena y desidia.
Algunas cartas de Cajal se conservan en el Instituto Karolinska de Estocolmo, que las ha preservado con veneración durante un siglo.
“Pero esto es España”, suspira Santarén. Esto es España.

Abrazos trasplantados


Will Lautzenheiser, que perdió las cuatro extremidades por una infección, es una de la docena de personas que ha recibido un doble trasplante de brazos

Los médicos se plantean ahora un trasplante de las piernas

Will Lautzenheiser ensaya un abrazo durante la rueda de prensa. 

Cuando Will Lautzenheiser abrace a sus seres queridos estas navidades lo hará con los brazos de otra persona. Será un doble milagro, puesto que hasta hace dos meses no tenía brazos. Hoy no sólo los tiene, sino que además es capaz de mover levemente el pulgar izquierdo y el codo derecho de unos brazos que no son con los que nació.
Lautzenheiser es una de la docena de personas en el mundo -entre ellos, un español- que ha recibido un doble trasplante de brazos. En 2011 sufrió la amputación de sus cuatro extremidades tras sufrir una infección bacteriana que causó daños irreversibles en sus tejidos. Tras sobrevivir a la infección y a pesar del elevadísimo coste, Lautzenheiser se enfrentó a la adversidad con determinación hasta el punto de ser capaz de realizar por si solo tareas cotidianas como comer, escribir o usar el teléfono, aunque obviamente necesitaba ayuda para casi todo lo demás. Hoy su vida ha vuelto a cambiar radicalmente.
En octubre, un equipo médico de 35 personas, entre ellas 13 cirujanos, intervino a Lautzenheiser durante casi nueve horas para implantarle los dos brazos de una persona recién fallecida. El resultado es tan impresionante que el hospital Bringham and Women's Hospital, un centro asociado a Harvard, convocó la semana pasada una rueda de prensa para demostrarlo y dar las gracias a la familia del donante.
Hasta la fecha se han practicado únicamente unos setenta trasplantes de extremidades superiores en todo el mundo
Lautzenheiser mostró cómo era capaz de doblar el codo izquierdo de su nuevo brazo, si bien sólo ligeramente. “Antes no tenía nada, así que es increíble” exclamó emocionado. “Si me concentro lo suficiente soy capaz de mover el pulgar izquierdo muy ligeramente, unos milímetros”, dijo.
El paciente fue seleccionado para esta operación tras un largo proceso de búsqueda de candidatos. Tras seleccionarlo, el hospital comenzó a rastrear un posible donante. El proceso resulta complicado porque el donante debe ser compatible inmunológicamente y además cumplir toda una serie de requisitos referentes a tamaño de las extremidades, estado de los vasos sanguíneos, historial médico y un largo etcétera. Una vez que se encuentra a un posible donante el tiempo es un factor crítico.
“Disponemos tan solo de unas cuatro horas desde que desconectamos los vasos sanguíneos del cuerpo del donante hasta que los implantamos en el receptor. Por eso necesitemos tantos cirujanos trabajando al mismo tiempo, para hacerlo lo más rápidamente posible”, explicó Simon Talbot, profesor de cirugía en la Facultad de Medicina de la Universidad de Harvard y líder del equipo médico que operó a Lautzenheiser. “En lo tocante a cirugía, la operación ha salido tan bien como se puede llegar a lograr”.
“Disponemos tan solo de unas cuatro horas desde que desconectamos los vasos sanguíneos del cuerpo del donante hasta que los implantamos en el receptor"
Talbot es también director del programa de trasplantes de extremidades superiores en el Bringham and Women's Hospital. Esta es la séptima cirugía reconstructiva que practican desde que en 2009 comenzaran a trabajar en este campo al realizar el segundo trasplante de cara jamás practicado en los Estados Unidos. El de Lautzenheiser es el tercer trasplante bilateral de brazos efectuado por el equipo del Bingham, cuyos miembros han afirmado que las lecciones aprendidas en las operaciones anteriores ayudaron a que esta saliera extremadamente bien.
Hasta la fecha se han practicado únicamente unos setenta trasplantes de extremidades superiores en todo el mundo y sólo unos pocos de ellos han sido dobles, es decir, que se hayan trasplantado ambos brazos en una misma operación.

Un paciente excepcional

El caso de Will Lautzenheiser es digno de una película de Hollywood no sólo por lo repentino y horrendo de su enfermedad, sino por el afán de superación y la entereza con que ha afrontado sus consecuencias.
Profesor de cinematografía en la Universidad de Boston, su vida dio un vuelco inesperado en 2011 cuando cayó enfermo repentinamente. Los médicos encontraron que sufría una infección por estreptococos, una bacteria común que suele provocar dolor de garganta o erupciones cutáneas. En el caso de Lautzenheiser, la bacteria había alcanzado el torrente sanguíneo causando fascitis necrotizante, un cuadro potencialmente mortal que produce terribles daños a los tejidos musculares y a la piel. Para salvarle la vida, los doctores tuvieron que tomar medidas extremas y amputarle las cuatro extremidades.
Los doctores conectan el brazo del donante durante la cirugía. 
Durante el suplicio de su convalecencia y las dieciséis operaciones necesarias para erradicar la infección, Lautzenheiser tomó la determinación de vivir para contarlo y de luchar y entregarse al máximo durante la dura rehabilitación que le esperaba.
Así lo hizo durante tres años, con resultados admirables en lo físico y lo emocional. Como terapia, se subía a un escenario donde irónicamente ejecutaba un número de comediastand-up, riéndose de su propia desgracia. En 2012, protagonizó unmini documental sobre su enfermedad y rehabilitación, que ahora está siendo extendido para incluir los últimos acontecimientos: en junio de 2014 los responsables del equipo de trasplantes de Bingham se pusieron en contacto con Lautzenheiser para comunicarle que estaba en su lista de candidatos para recibir un trasplante.
“Cuando me sugirieron que era un candidato para recibir el trasplante, dejé de respirar por un momento”, explicó en unaentrevista concedida poco antes de la operación. “Acabo de perder mis extremidades y aún estoy asimilando esa pérdida. He estado trabajando con las prótesis y una posibilidad es quedarme así durante toda mi vida. Lo que me proponen es otra posibilidad: la de recuperar la sensibilidad, tener la capacidad de sujetar cosas, sentir el agua, sentir algo. Puede que no recupere el cien por cien, pero es mejor que nada. Un codo es mejor que no tener codos. Una rodilla es mejor que no tener rodillas”.

Una larga recuperación

Durante la rueda de prensa, el equipo médico insistió en que la recuperación será larga y compleja, pero aun así esperan que el paciente sea capaz de doblar sus codos y usar los brazos trasplantados. Sin embargo, no esperan que llegue a alcanzar habilidades muy precisas en las manos y muñecas, aunque el nivel de sensibilidad y la funcionalidad motora que llegue a desarrollar es difícil de predecir.
En cualquier caso, los médicos del Bringham Hospital esperan que el hecho de disponer de brazos y manos mejorará considerablemente la calidad de vida de Lautzenheiser y le dotará de una mayor independencia. Poder usar los brazos le permitirá subirse por sí mismo a su silla de ruedas, a la ducha, sillas o hacer sus necesidades. Muchas tareas, como el aseo personal, resultan imposibles sin antebrazos pero con dos codos activos la cantidad de cosas que podrá hacer por sí mismo aumenta considerablemente.
Un codo es mejor que no tener codos. Una rodilla es mejor que no tener rodillas”
La capacidad de sentir y la funcionalidad de la nueva extremidad se irán incrementando de manera paulatina. Según Matthew Carty, director del programa de trasplante de extremidades inferiores en Bingham, “los nervios tienen que crecer hacia la nueva extremidad. Recuperar la sensibilidad puede tardar hasta un año y medio y la movilidad llevará incluso más”. A medida que los nervios crezcan, la capacidad de sentir irá descendiendo a lo largo de los brazos. “Es un proceso asombroso de presenciar”, añadió Carty.
De momento la terapia de rehabilitación continuará siendo una gran parte de la vida de Lautzenheiser. Ya ha comenzado programa de rehabilitación que le ayudará a controlar las nuevas manos. Según el equipo médico, los pacientes suelen tardar más de un año en lograr movilidad y sensación en los extremos de los miembros trasplantados. Mantener las articulaciones y los músculos saludables requerirá de horas de ejercicio diario durante muchos meses, incluyendo estiramientos, movilidad y electroestimulación.
Como todos los trasplantados, Lautzenheiser deberá seguir un tratamiento antirechazo de por vida para evitar que su sistema inmune ataque a las nuevas extremidades. Este tratamiento debilita el sistema inmune natural del cuerpo, de manera que los pacientes son más proclives a contraer enfermedades infecciosas y, en el largo plazo, a desarrollar ciertos tipos de cáncer.
De cara al futuro, ni Lautzenheiser ni sus médicos han descartado la posibilidad de un trasplante de piernas, aunque no será pronto ya que requeriría de mucha fuerza en los brazos durante la rehabilitación.
Lautzenheiser ha tenido también palabras para el donante y su familia, reconociendo la generosidad y fortaleza que implica tomar semejante decisión en un momento tan difícil y agradeciendo el gran regalo que supone para él. A su vez, la familia del donante aprovechó la ocasión para hacerle llegar un mensaje de ánimo: “Nuestro hijo daba los mejores abrazos. Rezamos para que tengas una maravillosa recuperación y que tus seres queridos puedan disfrutar de tu cálido abrazo”.